sábado, 22 de agosto de 2015

De la vez que me enamoré de una mujer de un libro

Recién nos conocíamos, escribía poco y me sentaba a leer una y otra vez a Caicedo entre los estantes de una biblioteca que olía a polvo y a café.
Me dijiste que escribiera con dolor.


"Hoy te vi. Te juro que te vi, te vi te vi livianita al viento entre las margaritas que cortabas y ponías de revés porque te parecían hermosísimas y que yo no entendía.

Te soñé y estire las manos para tocarte como si no estuvieras a millones de kilómetros, Marisolsita linda, viendo otra gente y hablando otras lenguas y escribiéndole cartas a Ava sin pensar en mi y en mi y en mi y en mi. 
Te soñé como si no estuvieras lamiendo otros universos con tu lengua felina hasta dejarlos tristes y llenos de estrellas y como si yo pudiera tocarte las comisuras de la boca con los dedos índices como hacías vos, Marisolsita linda, antes de sumergirte con tu boca salada de mar en mi boca toalla que te raspaba y te mordía y te contaba los principios de la guerra y te hablaba del amor y otras fuerzas cohersitivas, y vos entendías, solecita preciosa, que a Gandhi y Hitler los diferenciaba nada mas el uniforme y me explicabas despacio lo que pensabas de los cadáveres insepultos y las motocicletas, mientras mirabas tu pelo al sol, solecita, tan claro que yo pensaba en María del Carmen y no en vos, solecita querida, pensaba en María Del Carmen y en la muerte de Caicedo (la real y la de Maríangela, porque murió también con la muerte de Mariángela) y no te prestaba atención por pensar en tu pelo-maría-del-carmen y tu boca-oceáno y tus deditos-punzón y las pecas de las manos de Clarisa la vieja de la gran pensión en la que te quedabas los fines de semana, solecita linda.





Pero la tarde es un costal de huesos arrastrado por la calle y tarde que temprano te fuiste y ahora sí, aunque tarde, puedo pensar en vos al recordarte y no en ella, ni en Caicedo, ni en los libros que nunca te leí y las mentiras que te dije, y todo lo que te falle


Pero te juro Marisolsita, que me puse de puntitas al verte, quizá en un intento de alcanzarte porque estas mas cerca del cielo vos que yo, y quizás ganándome el cielo me acerque lo suficiente para mirarte debajo de la falda y vislumbrar el paraíso y Marisolsita linda, estire mis manos al viento y toque tu pelo y vos estabas en otro lugar, en otro país, en otro mundo, en otra dimensión, en otro tiempo, en otro cuarto de la gran casona y yo podía verte pero estabas muy lejos que no tuve más remedio que estirar mis manos.


...estirar las manos como si realmente estuvieras a millones de años luz, Marisolsita mi amor, enamorando masas y besando otras mundos con tu lengua de gato y escribiéndome a mi mientras Ava te llenaba la mente con sus pestañas púrpuras y negras, las aves se acercaban a tu ventana como buscando refugio. Estiré las manos como si Clarisa no hubiera muerto hace ya dos años y como si el trompetista invisible no fuera un truco apenas, como si fueras el bendito creador de los universos estrellados y no una estrellita del universo que yo tejí intencionalmente para enmarcarte en lejanía y desapego. En definitiva estiré las manos como si no estuvieras al frente mío en la calle, en la acera del frente, y yo no estuviera parado con una caja de cerillos mojados dentro del bolsillo y con el pelo revuelto por el viento que dejabas a tu paso como un efecto mariposa. Estire las manos en un falso y artístico brote de algo que parecía valentía, las estire lo suficiente para probarme que podía pero no lo suficiente para alcanzarte, en un cómico arrojo, como si no me estuviera carcomiendo el terror de la remota posibilidad de tomarte de la mano y salir corriendo y llenarnos de flores y estrellas y margaritas invertidas. 

Pero sí hay algo que te juro sin mentir, te juro, te juro, te juro, Marisolsita linda, es que sí me puse de puntitas y estire las manos. Tal vez no fue mas que un acto simbólico para convencerme que estabas lejos y no me veías, que no ibas de rojo y yo de azul y que de verdad te luchaba, Marisolsita linda, que seguías siendo mi juez y perdoname por solo haber estirado las manos para probarme que no estabas, para hacerme a la idea de que "hace tres días que no estas" y para acostumbrarme a que a pesar de todo sos una prostituta barata y desgreñada, varada en esta costa como alguna vez leíste en aquel libro de Mutis que me hacia pensar en tierra mojada y que te encantaba, para probarme que puedo con vos como si tus ojos castaños y profundos no me desarmaran y como si no me olieras a la celestina, a sexo, a mar y a shampoo todo el tiempo y dejaras ese rastro como una estela. Quizá estire las manos para convencerme de que estoy enamorado de vos Marisolsita linda, que estirar las manos es decirle a la mismísima muerte enamorada que de aquí no me voy, que nanay cucas, que te voy a llevar a vivir bueno Marisolsita linda. Estiré las manos en un intento de acto heroico pero estabas justo al frente y seguiste tu camino como si mis manos estiradas no tuvieran poderes cósmicos para llamarte, sentí los mechones de tu pelo escurrirse por entre mis dedos y seguiste con tu pasito livianito por la calle, robándole el color al aire.
Marisolsita, te vi. 
¿Dónde estás?" 

Esto fue escrito hace mucho tiempo.



Las fotografías son de Christer Strömholm, Daido Moriyama, Anders Petersen y Art Shay